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HISTORIA DE MI BIBLIOTECA/Silvestre Faya Romero

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Uno de los sitios mágicos donde paso más tiempo es en mi vieja biblioteca.   En ella guardo tesoros largamente acariciados. Son inmensos libros viejos que cuentan historias de personajes reales o imaginarios; hazañas de buscadores incomprendidos; romances y muchos descubrimientos.

Mi espíritu aún conserva ese asombro que me hiciera tener fiebre cuando leía en mi habitación infantil La historia de la química o mis libros de Magia. No había tema vedado a mi mente afiebrada y cada día me regaló momentos únicos de lectura.

Aún recuerdo uno de los sueños más preciados de mi niñez; quedarme encerrado en una de las librerías de antaño, “El Renacimiento” del maestro Francisco Javier Lazalde Alcalá o en la de Chácharas y Juguetes donde adquirí mi primer libro de Magia titulado Pactum.

Este sueño largamente acariciado se fue cristalizando conforme fui adquiriendo libros, algunos nuevos, otros de medio uso, muchos donados.

En mi casa no había muchos libros. Los temas de mi padre eran la tauromaquia, a la que dedicó parte de su vida. Libros de agricultura y ganadería que fueron su manera de ganarse el sustento. Alguna novela policiaca y enciclopedias.

Jack London y Colmillo Blanco; Sandokan y Emilio Salgari, hasta historietas como Fantomas y Kaliman aderezaron mi infancia y juventud.

Los libros fueron llenando mis momentos de ansiada soledad y no es que fuera un niño solitario; todo lo contrario, me encantaba jugar con quien estuviera dispuesto.

 Al final de mi casa tenía mi laboratorio de química donde hacía experimentos de Magia Química y trataba de reproducir los misterios que leía en mis libros de química.

La imaginación de un niño es un arcón de sorpresas y ese fue uno de los periodos más bellos de mi existir…Los libros me abrían territorios inexplorados como “A la caza del tigre” o “Moby Dick” Nunca me sentí solo. Cada libro me pedía su lectura, casi podía escuchar sus voces gritándome ¡Léeme a mí! ¡Léeme a mí! Estos eran increíbles amigos llenos de sorpresas y conocimientos.

Recuerdo el libro Los cazadores de Microbios de Paul de Kruif que me inspirara a leerlo mi profesor de biología Joaquín Robledo. Su lectura me hizo vivir las andanzas de estos científicos en pos de la verdad.

Todo un semillero de experiencias maravillosas obtenidas por medio de la lectura. Cada libro un nuevo amigo, un amor incomparable, un compañero para siempre en mi mente y mi corazón.

Mis inicios como lector fueron influidos por los libros de química, magia y superación personal.

Ya adolescente, el tema de la sexualidad me envolvió. Mis compañeros de sexto grado de primaria del Colegio Cervantes hablábamos sobre esto y todos queríamos dar nuestra opinión. En mi caso la lectura de muchos textos de sexualidad humana que mi madre me proveyó respuesta a mis inquietudes.

 En esa época el internet aún no existía y la concentración en la lectura de un libro conducía a sitios y experiencias insospechadas.

ENCUENTRO MARAVILLOSO

A los 15 años perdí a mi padre y mi vida dio un giro total. Ahora había que trabajar para conseguir el diario sustento y mi madre asumió con valentía y amor ese desafío. Nuevamente mis libros me acompañaron.  Su lectura por la noche, después de llegar de la escuela Prof. Andrés Osuna hasta la una de la madrugada. No me cansaba hacerlo, al contrario, me daba ánimo para el día siguiente.

No tengo claro cómo llegó a mis manos un librito titulado “A los pies del maestro” de J. Krishnamurti. Ese pequeño libro concentró toda mi atención. Logró reunir mis dudas sobre el sentido que deseaba imprimirle a mi vida en esa lamentable situación de orfandad de padre.

En palabras muy sencillas y a la vez poderosas, Krishnamurti encauzó mi espíritu en un profundo deseo de hollar el sendero. Lo leí de un tirón, lo grabé en un casete y lo escuchaba y leía varias veces al día. Una inmensa paz inundo mi interior.

Coincidente con esta experiencia encontré una publicación de Paul J. Meyer sobre la “Automotivación, llave del éxito” Era un curso que conjuntaba publicaciones con audios grabados en disco LP que instruían sobre la manera de alcanzar tus objetivos con éxito.

El pensamiento de Krishnamurti y el totalmente diferente Paul J. Meyer pude combinarlos sinérgicamente en mi mente creando una erupción de emociones e incremento de mis capacidades cognoscitivas. Me sentía feliz.

NIÑO EN BIBLIOTECA

Como dije anteriormente mi sueño era quedarme encerrado en la librería para poder leer las novedades editoriales que abrían surcos de pensamiento en mi mente. Cada libro comprado era parte de un tesoro que tocaba y retocaba con mis ojos. No hubo día que no lo hiciera.

Mi periodo de siembra bibliográfica comprendió varias etapas, siendo la primera la del asombro: Todo me interesaba y poco a poco mis preferencias fueron definiéndose hacia lo oriental, la filosofía, el esoterismo, el estudio de las religiones particularmente el cristianismo que ha normado mi vida. Jesús es mi pastor, guía y destino. Mi religiosidad encontró un nicho en el estudio exhaustivo de los conceptos religiosos más diversos. No me negué la posibilidad de conocer tanto como alcanzara.

De la etapa de asombro pase entonces a la especialización orientada a conocer la rica vida emocional de los seres humanos, sus escuelas psicológicas, caracterología, pruebas proyectivas de personalidad, lo que alcanzara a conseguir sobre estos temas. Igual adquirí libros en librerías que en botaderos de libros viejos, bazares de libros o incluso con corredores bibliográficos, raros especímenes humanos que encontraban el titulo más difícil o considerado imposible. Ellos daban con todo.

Mi pequeña biblioteca empezó a verse definida en cuanto a los temas de interés de un joven e inquieto lector.

Ingresé con éxito a mi carrera profesional Psicología al vetusto Instituto Superior de Ciencia y Tecnología de La Laguna, el ISCYTAC, extinto en la actualidad y retomado por la Universidad Lasalle Campus Gómez Palacio, Dgo. En dicha institución permanecí cuatro años y medio, egresando en 1979 a los 25 años de edad. La tercera etapa consistió en la consolidación de un esfuerzo dirigido a construir una biblioteca especializada en Desarrollo humano, Psicología y temas afines, Filosofía, Arte, Literatura clásica y moderna y Sexualidad Humana.

Mi biblioteca pasó a convertirse en un lugar de reflexión, crecimiento interior, descanso, esparcimiento, asombro; todo lo que un pequeño humano puede encontrar en este vasto territorio que es la tierra.

GRANDES MAESTROS

Fui bendecido con la influencia de grandes maestros a lo largo de mis años formativos, destaca entre ellos el Profesor Francisco Javier Lazalde Alcalá, de quien adquirí el anhelo de alcanzar la verdad sin escatimar esfuerzo. El maestro Lazalde era nuestro catedrático de neuroanatomía. Sus clases eran una fiesta que combinaba un didactismo excelso: Describía los planos anatómicos de nuestro cerebro conjuntando exquisitas anécdotas de filósofos como Gregorio Marañón o Miguel de Unamuno, el neurólogo Santiago Ramón y Cajal o su amigo el Dr. José María Nava Segura, una lluvia de creadores de arte y ciencia del mundo.

Sus clases me transportaban a la mesa de disecciones y a la confrontación del hacer humano.

La amistad era uno de sus temas favoritos, los valores universales; el Bien, la Verdad y la Belleza, así como incentivar la aspiración a ser mejores seres humanos y profesionales comprometidos. Sus palabras marcaron a fuego mi corazón y entendimiento.

Me bebí todo lo que pude de su extraordinaria capacidad magisterial.

Gracias a Dios, tuve muchos maestros geniales: Carlos Campos de la Peña, erudito matemático, filósofo agudo, incisivo, genial.  No había tema cristiano que no tocara. Hombre íntegro, de una sola pieza. Sus clases eran increíbles al conjuntar las matemáticas con la filosofía y la vida cristiana. 

Con el maestro Campos de la Peña compartí mi interés sobre la química oculta de Leadbeater. Tengo muy presente su concepto del amor de pareja. En una ocasión   narró una anécdota de un matrimonio en que la esposa sufrió una trombosis y le quedo la secuela de una parálisis facial.

 El maestro Campos de la Peña nos conmovía recordando con sincera admiración a aquel esposo que torcía sus labios para besar a su esposa. Eso, nos señalaba, eso es amor.

En verdad una bendición haberle tenido de maestro y amigo.

MI PRIMO JACINTO FAYA VIESCA

Mi amor por los libros tuvo grandes ejemplos de extraordinarios lectores. Mi primo Jacinto Faya Viesca dejó en mí una huella imborrable. Acostumbre a ir a visitarle a su despacho en el séptimo piso del Edificio Monterrey en el centro de la ciudad en Torreón, Coahuila. Yo le había visto llegar a visitar a mi padre cuando Jacinto viajaría a España para recorrer aquellos caminos que antes habían sido de nuestro abuelo Don Silvestre Faya Ardizana.

A su regreso de España acudió a casa con mi padre a llevarle recados, mensajes y muestras de afecto de viejos amigos de la escuela, particularmente del Instituto Ojanguren; pues mi padre en sus años de infancia y juventud paso largas temporadas estudiando en España. Mi abuelo, don Silvestre pretendió enderezarle el carácter ya que mi padre en su juventud era indomable.

Mi primo Jacinto con su radiante personalidad, jactancia y poderosa voz impactó de manera definitiva mi personalidad en formación. Nunca me negó un consejo y me obsequió muchos libros de psicología.

Recuerdo una de sus donaciones cuando me invito a ir a su casa para regalarme unos libros. Acudí ansioso; como nos ocurre a todos los bibliómanos que cada vez que vamos a conseguir algunos libros entramos en una frenética emoción. Me obsequió sesenta libros de psicología, de los cuales yo había leído cinco. Todos los libros tenían anotaciones al margen, lo cual los enriquecía.

Así era Jacinto, desprendido, generoso. Tengo muchas anécdotas con el que compartiré en otros escritos.

LA MAESTRA CRISTINA BUCIO

En OIR LAGUNA participé en el Noticiero que conducía el maestro locutor y amigo Don Sergio Martínez Valdez, quien me invitó a estructurar la sección de espectáculos. Esta colaboración me apoyó a crear un programa de revista donde entrevistaba artistas de cine, radio y televisión, hablaba sobre temas culturales y por regla general me divertía mucho.

Un día recibí una llamada de una gentil dama, la maestra Cristina Bucio, quien me ofreció “regalarme unos libritos”, me dio su dirección y accedí a ir a su casa creyendo que probablemente serían dos o tres.

Una vez afuera de su casa, cuando me condujeron al interior me sorprendí del tamaño de la biblioteca, lo selecto de sus libros y la enorme cantidad de libros que pretendía donarme. Por lo que le dije: “Esta segura de lo que está haciendo” a lo que respondió indignada: “Claro que sí y de aquí hasta allá son todos suyos” señalando media luna de una biblioteca circular esplendida. Para rematar, añadió: “No le regalo ese piano porque ya se lo doné a una sobrina” Su biblioteca; me explicó me la obsequiaba por escucharme en el programa, pensando que iba a serme de gran utilidad como psicólogo y comunicador. Entre sus libros encontré verdaderas joyas, tesis profesionales de psicólogos, ahora catedráticos de gran altura. La maestra Bucio estaba retirada de la docencia de la UNAM.

Tuve que regresar con una camioneta por los libros que después enriquecieron las bibliotecas de jóvenes psicólogos que requerían de muchos de estos textos. Conserve los que considere eran realmente para mí.

EL DOCTOR RICARDO PIZAÑA WONG

Hay amigos que traen amigos a tu vida. Leonel Gutiérrez me presentó al Dr.  Ricardo Pizaña Wong con quien trabe amistad por compartir mutuos temas de interés. El Dr. Pizaña se caracterizaba por la seriedad con que tomaba cada declaración y lo acucioso de sus observaciones. Aparte del tema médico, se interesaba en el esoterismo. Tema que desde mi más tierna infancia me ha arrobado. Lector empedernido, escrupuloso en el lenguaje, siempre dispuesto a ayudar, así fue trascurriendo nuestra amistad.

Un día sufrí un dolor extraordinario en el pecho que taladraba hasta mi espalda. Le llamé y presuroso acudió a mi encuentro. “Tienes un infarto” dijo.  El dolor impedía mis movimientos y una sudoración profusa me envolvía. Fuimos al hospital y supere esta crisis. No estaba infartado, era un dolor por una lesión. Años después Ricardo rindió tributo a la tierra y dejo instrucciones a su familia que su biblioteca entera pasara a mis manos.

Resguarde los libros que considere eran realmente míos. Los demás fueron a dar a las incipientes bibliotecas de alumnos de medicina.

Mi agradecimiento eterno, amigo Ricardo.

MI PADRINO DON JESUS GONZALEZ ELIZONDO

En 1975 participé en una experiencia espiritual que fortaleció mi vida interior, ingresé al Cursillo de Cristiandad número 53 en Torreón, Coahuila. Mi amigo y maestro de la vida José Luis Sada Salinas me promovió la idea de participar en dicha actividad religiosa.

Recordaba que mi amigo Luis Padilla Santoscoy me había comentado que en los Cursillos ponían objetos diversos como chocolates, chicles, etc. colocaban un letrero que decía: Toma lo que quieras, deja lo que puedas. Este lema me alentó a participar en la generosidad del evento.

En esta experiencia conocí a muchas personas que cambiaron de manera positiva mi vida. Me re encarrilé en el camino religioso y tome la decisión de no apártame jamás.

 He tenido altibajos y he podido sobrellevarlos gracias a la fe en el Amor de Dios.

Dentro de los amigos nuevos estaba el compañero Jesús González Elizondo con quien coincidí de manera más cercana, pues había conocido a mi padre cuando en su juventud andaba en el camino de los muletillas, es decir, como novillero.  Mi padre en esa época era empresario taurino y Jesús me comentó lo apoyó en sus sueños novilleriles que finalmente dejo de lado. No así su afición taurina.

Ya estaba cursando el primer semestre de mi carrera como psicólogo en el ISCYTAC y no tenía un empleo seguro, por lo que me anime a pedirle un empleo en su Ferretería; le propuse me apoyara con el 50% del costo de mi colegiatura hasta terminar la carrera y al final cuando ya trabajara en mi profesión le pagaría el capital proporcionado. Jesús estuvo totalmente de acuerdo. Así fue como mi vida y carrera tomaron otro rumbo, con el apoyo de un amigo que sabía lo que era andar luchando por salir adelante…Nunca le he agradecido lo suficiente; creyó en mí en base a mi palabra.

Todo este feliz recordatorio tiene que ver con mi biblioteca que se vio enriquecida con la compra de libros en las librerías de La Lagunilla o el Centro Histórico de la ciudad de México. En cada viaje que hacíamos para atender los negocios que Don Jesús tenía en México nos prometíamos no comprar ni un solo libro. Temprano llegábamos a las librerías y cada quien tomaba su rumbo, más tarde, nos encontrábamos y sonriendo mirábamos la pesada caja llena de libros que habíamos comprado. Nuestros viajes combinaban asuntos de negocios de quien se convirtiera en mi padrino de profesión y excelente ejemplo de amistad y cariño Don Jesús González Elizondo.

Muchos libros que ocupan un lugar especial en mi biblioteca los adquirí en estos ilustrativos viajes. Nunca voy a olvidar su férrea disciplina en los negocios en los cuales era un tigre aunado con la bondad de sus consejos. Con frecuencia lo vi batallar para hacerme entender alguno de sus axiomas del mundo empresarial. ¡Gracias Padrino!

 En 1979 me gradué y pude agradecerle públicamente en mi ceremonia de graduación todo su apoyo. Cuando ofrecí pagarle su préstamo de beca sonriendo me dijo: “Hazlo igual con otro que necesité. Así haremos una cadena de favores”

Cuando fui funcionario en la Escuela de Psicología de la Universidad Autónoma del Noreste promoví a muchos estudiantes para que recibieran becas de hombres de empresa generosos como había sido mi caso. En cada uno de ellos estuvo la bonhomía de don Jesús González Elizondo con quien confieso públicamente tengo una deuda impagable y mi mayor agradecimiento.

EL DR. MANUEL DE JESUS MORAN CASTILLO

En mi carrera como psicólogo he sido influenciado por grandes exponentes del conocimiento y con quien congenie de manera definitiva fue con mi maestro de bioquímica, el Dr. Manuel Morán Castillo. Su estilo personal de instruir en base a ejemplos tomados de la vida diaria asociados a la bioquímica me hizo admirarle y procure ganarme su simpatía.

Le hacía preguntas sobre los casos que yo veía en la prisión y él los evaluaba en el terreno médico y psicológico. En esa época tenía mi casa frente a las instalaciones de Prevención Social Municipal, en este lugar se ofrecía consulta médica y el Dr. Morán era uno de los médicos encargados y yo no lo sabía. Desde mi ventana podía ver el consultorio médico iluminado hasta que finalmente terminaba la jornada y ese turno era de mi maestro.

Le pedí me permitiera apoyar con mis conocimientos de psicología a los pacientes que ahí llegaran y así fue como trabamos una amistad que ha perdurado por más de cuarenta años.

Sus conocimientos filosóficos, habilidades personales, extraordinaria capacidad diagnostican siempre me han asombrado. Igual compartimos charlas sobre El Quijote, de Miguel de Cervantes Saavedra, que, sobre las Cartas a Lucilio, de Séneca.

Mi formación inicial en la Psicología se desarrolló en centros penitenciarios, todo era psicología clínica y con el Dr. Morán confrontaba mis ideas a las suyas. Su lucidez para indagar dentro de los recovecos de la mente siempre me ha llevado a continuar estudiando.

Mi biblioteca se ha visto enriquecida con muchos libros, revistas, publicaciones, literatura médica, apuntes propios y ajenos sobre ciencia médica, bioquímica y filosofía que el Dr. Morán me ha obsequiado. Cada día que paso en mi biblioteca tengo al menos un momento orientado por su instrucción, sin duda alguna es el maestro amigo que más ha influido en mi desempeño profesional. Nuestro vínculo profesional aumentó con el vínculo espiritual, pues es el padrino de bautismo de mi hijo Joshua.

MARIO Y LUCY SUAREZ

Una amistad conservada hasta la muerte. Mario Suarez Luzuriaga era el prototipo de hombre afortunado. Siempre alegre, conquistador, convincente con sus palabras y actos; nunca pasó desapercibido donde estuviera.  Su esposa; María de la Luz Robles, conocida como Lucy Suarez, hermosa, inteligente, fuerte de carácter. Llegaron a mi vida cuando repartía mi tiempo entre la Psicología Clínica, Sexualidad Clínica y Alcohólicos Anónimos. Ellos eran grandes conversadores y el tema del alcoholismo era uno de sus tópicos predilectos, aunque igual abordaban política, judaísmo -Mario era judío-  que cualquier tema de moda. Nada les era ajeno. Vivian en una casa acogedora que albergaba recuerdos de los viajes que habían realizado por todo el mundo.

Un día Mario tuvo una embolia y su independencia se vino abajo, así como su autonomía económica. Sus ingresos se redujeron de manera considerable, así como sus amigos.

De la noche a la mañana Mario tuvo que ajustarse a vivir con una pensión reducida.

En sus años de bonanza habían sido muy generosos con muchas personas, incluyéndome.

Mario requería apoyos médicos que recibía de la seguridad social y de amigos que de una u otra forma estábamos al tanto. Durante todo este proceso le acompañe como amigo y como profesional psicológico. Su desgaste físico y emocional terminó pasándole factura. Mario conocía mi peculiar interés por la lectura y siempre me había presumido su biblioteca.  Un día, de buenas a primeras me dijo: Quiero regalarte mi biblioteca.

Este acto de desprendimiento lo vi como una despedida y mi experiencia clínica me presentó un dilema: Tenía que hacer algo para sacar la fuerza del coraje de su corazón. Sabía que al hacerlo lo lastimaría y tal vez lo perdería como amigo o simplemente aceptar el obsequio. Por una escalera de caracol ingresé a su biblioteca y me sumergí en sus libros.  Escogí cinco y regresé al pie de su cama.   Me jugué el todo por el todo al decirle: Ya escogí estos cinco libros, los demás los voy a vender al Mercado Villa-que en ese tiempo compraban bibliotecas para venderlas al menudeo- a sabiendas que esto iba a enfurecerlo.

 Así ocurrió: Sus ojos enrojecieron de enojo y me dijo ¿Cómo que los vas a vender como libros viejos? Sí, le contesté, pero si quieres luego vengo por ellos, no tengo prisa.

Su rabia consiguió lo que parecía imposible, logró levantarse de la cama y continuar adelante varios años, aunque resentido conmigo. Un amigo es mucho más que un tesoro invaluable.  Sé que Mario quería a sus libros tanto como yo a los míos y que deseaba trasmitirme su cuidado por conocer mi amor por ellos, eso siempre me quedó muy claro. Nuestra amistad no se perdió, al contrario, se consolidó.  Lucy consagró su vida a cuidar a Mario hasta el último de sus días.

LA HISTORIA DE LUCY

Nunca pasé a recoger los libros que Mario me regaló. Consideré que estaban mejor en manos de su esposa y que eran parte de la casa museo que ellos habitaban. De tarde en tarde pasaba a visitar a Lucy y nunca la incomodé preguntando por ellos. Mi amor por la familia Suarez Robles llenaba con creces mi corazón. En verdad no anhelaba más que aquellos cinco libros. Así transcurrieron varios años hasta que mis visitas a casa de Lucy acompañado de mi esposa Estrella fueron espaciándose.

Un día recibí una llamada de Lucy.  Me requería con urgencia por encontrarse enferma y con necesidad de apoyo emocional. Esa noche acudí a su domicilio. Estaba en cama y la cuidaba una antigua empleada doméstica que le profesaba un fervoroso cuidado. No solo la alimentaba, sino la atendía como enfermera. Yo desconocía esta condición de Lucy y me reproche mi descuido. “Aquí estoy”, le dije. Sus hermosos ojos me miraron y una mirada suplicante me indicó tomara asiento junto a ella.

“Estoy enferma y mi hijo Mario también” Necesito ayuda, ¿puedes ayudarme? Claro, -conteste- para eso estoy aquí.

Me explicó la gravedad del padecimiento de su hijo Mario y la dificultad cada día más grande para resolver las necesidades de su casa. Había vendido muchos objetos de arte que antes adornaban cada rincón de su hogar para salvar las cuentas.  Lucy y su hijo Mario sobrevivían de la pensión de viudez de su esposo y la pensión de incapacidad de su hijo, pero ya era insuficiente para pagar los gastos de casa y personas que los atendían. Los amigos que antes apoyaban habían ido paulatinamente desapareciendo.

Mi intención desde ese momento fue proveer la ayuda necesaria para mitigar el sufrimiento de ambos y cumplir la voluntad que Lucy tenía para cuando ella faltara. Ella deseaba proteger a Mario si ella fallecía antes. Meses después me recordó el legado de su esposo Mario, diciendo: “Llévate los libros. Mario me encargó que te los entregara. Quiero que te los lleves hoy mismo. A regañadientes accedí. Era tanto el dolor de Mario por el cáncer que lo aquejaba que pidió lo llevaran a dormir junto a su madre que escuchaba los ayes de dolor de su hijo. Murió tomado de la mano de su madre. Lucy sufría de depresión mayor, misma que la había llevado a la postración en aquella cama que hacía ver su cuerpo desdibujarse, más sus ojos mantenían la determinación de sobreponerse a su infortunio. La reciedumbre de su espíritu empujaba dentro de su fragilidad. Pablo, otro de sus hijos llegó de la ciudad de México a auxiliarla y gracias a sus atenciones y cuidados logro reanimarla. La compañía de su hijo, nietos y nuera que devotamente la cuidaban fueron el epilogo de su vida.

Los últimos días de Lucy fueron de lucha ante el peso de su depresión y finalmente murió mientras dormía.

EL LEGADO DE MI AMIGO DR. OSCAR RODRIGUEZ VILLARREAL

Estuvimos en la Preparatoria Prof. Andrés Osuna. Oscar se caracterizó por ser un alumno carismático, alegre. Le gustaba cantar y tenía muchos amigos. Con el paso de los años volvimos a encontrarnos; el convertido en un odontólogo pediatra y como siempre generoso con los amigos. Atendió a mis tres hijos durante toda su infancia. Tengo presente las fiestas navideñas que organizaba en un salón de fiestas donde el bolo eran frutas y alimentos nutritivos. En verdad Oscar era como un niño entre los niños, pero con un profesionalismo impresionante.

Así trascurrieron los años, mis hijos crecieron y nosotros enfrentamos cada uno por su lado a la muerte y salimos airosos. Una tarde recibí la llamada de Oscar que me urgía a verme para obsequiarme unos libros. Me preguntó ¿los quieres? Claro, contesté.

En menos de una hora estaba en mi consultorio trasladando varias cajas de libros que aumentarían mi vieja y abultada biblioteca. A continuación, lo invite a platicar en mi consultorio y a pesar de expresarme tener poco tiempo nos quedamos más de una hora y media actualizando nuestras vidas y el rumbo que a esas fechas habían tomado. Tres meses después falleció de Covid. Le agradezco a Dios que pudimos darnos ese valioso e imprescindible tiempo para platicar a gusto.

ASI ES LA VIDA

Hacer este breve recorrido histórico me ha hecho consciente de lo afortunado que he sido en tener tantos amigos que me proveyeron compañía y amorosos cuidados.

Mis libros, en realidad no son míos, son de la vida. No me los voy a llevar, solo me han acompañado en este pequeño trecho del vivir. La mayoría de estos libros han pasado a manos de hombres, mujeres, niños que los han adoptado. Los que quedan están temporalmente conmigo para pasar después a otros.

Agradezco a Dios y a la vida su compañía; llenaron mis momentos de soledad alegrando mis carencias. Cada momento dedicado a su lectura dejó frutos en mi espíritu.

A mis amigos y bienhechores les agradezco todo lo compartido. Me siento pleno. Llevo en mí cada segundo trascurrido, cada anhelo. Acumule éxitos y fracasos. Errores y aciertos. Sé que he vivido. Estoy aquí y ahora asombrándome del presente.

Para concluir este recuento de mi biblioteca evoco el pensamiento de Fritz Perls cuando decía; “No empujes al río, el río se empuja solo” Solo me queda agregar; Aún hay muchos mundos por descubrir.