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JERICÓ, ÚLTIMA LLAMADA/Gerardo Hernández González

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El PRI gobernaba 21 estados cuando perdió por primera vez la presidencia, en el año 2000. El PAN ejercía el poder en siete; y el PRD, en cuatro. El arraigo y la fuerza política y presupuestaria le permitieron al partido fundado por Plutarco Elías Calles sobrevivir dos sexenios fuera de Los Pinos y volver a la residencia oficial en 2012. Entonces todavía controlaba 19 entidades. Con dinero del erario para la compra de votos y sin equilibrios en sus territorios, los gobernadores priistas sentaron a uno de los suyos (Enrique Peña Nieto) en la «silla del águila». En correspondencia, el presidente les aumentó el presupuesto y les toleró todo tipo de abuso. El PRI llegó a las elecciones de 2018 herido de muerte por la corrupción y su retroceso en los estados, de los cuales 14 estaban ya bajo su férula.

Morena es actualmente la principal fuerza en los estados (18, incluidos Morelos y San Luis Potosí bajo otras siglas). El PAN le sigue con ocho, el PRI con cuatro y Movimiento Ciudadano con dos. El partido del presidente Andrés Manuel López Obrador y sus aliados (PT y Verde) también son mayoría en las cámaras de Diputados y de Senadores y en las legislaturas locales. En las elecciones de junio próximo, Morena podría hacerse con cinco gubernaturas más, de las cuales tres están hoy en poder de Acción Nacional (Durango, Quintana Roo y Tamaulipas) y dos en manos del PRI (Hidalgo y Oaxaca). Si la intención de voto se mantiene y el movimiento obradorista sube a 23 estados, las probabilidades de conservar la presidencia serán mayores.

La respuesta de los partidos tradicionales para contener a la Cuarta Transformación y evitar su extinción es la misma que el año pasado les permitió avanzar en el Congreso: apiñarse bajo el paraguas de la coalición Va por México, excepto en Oaxaca y Quintana Roo. Sin embargo, en los 11 estados donde el PRI, PAN y PRD fueron juntos en 2021, la ciudadanía votó por los candidatos de la alianza Juntos Hacemos Historia (Morena-PT-Verde). Las otras gubernaturas se dividieron entre el PAN (Chihuahua y Querétaro), el PVEM (San Luis Potosí) y Movimiento Ciudadano (Nuevo León).

En caso de ser derrotado en Hidalgo y Oaxaca, según predicen las encuestas, el PRI conservaría solo Coahuila y Estado de México donde las elecciones para gobernador serán en menos de 18 meses. El riesgo de perder con Morena obligará a Miguel Riquelme y a Alfredo del Mazo a recurrir a la misma fórmula: aliarse con el PAN; localmente, el PRD siempre ha sido comparsa. La coalición es un albur, y como tal no es garantía de nada. Va por México y sus patrocinadores fueron arrasados en 2021 incluso en Campeche y Colima, donde jamás había habido alternancia, y lo mismo podría suceder en las próximas elecciones.

El escenario podría modificarse radicalmente en Coahuila si el PRI se divide. Las fisuras ya no pueden ocultarse. El malestar por el favoritismo y la reforma para allanarle el camino al único aspirante en campaña se extiende y debe preocupar. Sin embargo, la dirigencia nacional de esa formación está en Babia. Alejandro Moreno no piensa en la supervivencia del PRI, sino en un disparate propio de su megalomanía e insignificancia: ser candidato presidencial en 2024. Enajenado, en sus giras y en los mítines de Va por México oculta el logotipo del Partido Revolucionario Institucional para ostentar su propia marca: «Alito». El dinosaurio está hoy más muerto que nunca.

EL “CHAMUCO” VILLARREAL

Cada región tiene personajes y por ellos se identifica. Hablar de Jesús Raúl Villarreal González, el Chamuco, fallecido este 18 de enero en Torreón, remite a La Laguna y a una generación de empresarios que, educados por sus padres en la cultura del trabajo y el amor por la tierra, contribuyeron al engrandecimiento de la comarca hasta convertirla en referencia nacional. El problema no es perder a hombres y amigos de su calidad humana —todos, algún día, moriremos—, sino llenar su vacío. Mi esposa Chilo y yo acompañamos al Chamuco a diversas celebraciones, cobijado siempre por su familia; y él a la boda de nuestros hijos Ana Cristina y Ernesto. En su última piñata compartimos su mesa junto con Alejandro Gurza y su esposa Lety, cuyo deceso, hace dos años, también sentimos profundamente.

La fortuna de haberme relacionado por mi trabajo con personas mayores me ha permitido abrevar de su experiencia y sabiduría. Sin embargo, tiene la desventaja de que, por mera edad cronología, puedan morir ellos primero. En pocos años he perdido a amigos entrañables: Braulio Manuel Fernández Aguirre, Blas Sosa Domínguez, Ramón Iriarte Maisterrena, Jorge Dueñes Zurita, y ahora el Chamuco. En noviembre hablamos por última vez. Acostumbraba a platicarme de sus proyectos nuevos, como el de Las Villas, que me invitó a recorrer recién abierto, y La Vinícola. El mérito se lo atribuía a sus hijos: «Es cosa de los chavos, salieron a su abuelo (don Lupano Villarreal)». Al patriarca lo recuerdo sentado en el alféizar de su casa en la colonia Los Ángeles, donde el Chamuco tuvo después su oficina. Allí charlamos varias veces y me obsequió unos CD con canciones interpretadas por él con mucho sentimiento.

El Chamuco era una enciclopedia de anécdotas. En una comida organizada en Saltillo —cuando era candidato a senador— a la que acudieron Armando Fuentes Aguirre, Roberto Orozco Melo, Jorge Dueñes, Blas Sosa y otros amigos, contó que en cierta ocasión se le perdió un becerro de su granja. Preguntó a los vecinos y nadie le dio razón. Días después, un grupo de soldados peinó la zona. Horas después, unos campesinos aparecieron con la cría extraviada. «No era para tanto, don Jesús». Los militares revisaban el terreno porque el presidente Ernesto Zedillo, con quien el Chamuco trabó amistad como líder de la Asociación Nacional de Ganaderos Lecheros, asistiría a una comida.

Promotor nato y gestor eficiente, las aportaciones de Villarreal también incidieron positivamente en los sectores educativo, social y cultural. La misma visión y dinamismo le permitieron llevar a Grupo Lala, emblema de La Laguna, a planos mayores. La amistad con Francisco Labastida, secretario de Ganadería y más tarde candidato a la presidencia, le abrieron las puertas de la política. Su postulación para el Senado ocurrió en el peor momento del PRI, y no tuvo la malicia para pedir ser cabeza de la fórmula. De haberlo pedido habría sido senador de primera minoría y un buen representante de Coahuila.

El Chamuco tuvo otra virtud: no ser perfecto. ¿Para qué? Nadie lo es. Sería aburrido. Él era él y su circunstancia (Ortega y Gasset). Salvada ella, se salvó a sí. Me quedo con su risa, que evoca a la otro amigo común (Jaime Cantú Charles, fallecido antes), con sus canciones, con su saludo fraterno («mi Gera»). Cierro con dos estrofas de «Las malas compañías», de Serrat. «Por eso es que a mis amigos / Los mido con vara rasa / Y los tengo muy escogidos / Son lo mejor de cada casa (…) Mis amigos son gente cumplidora / Que acuden cuando saben que yo espero / Si les roza la muerte disimulan / Que p’a’ ellos la amistad es lo primero».

JERICÓ, ÚLTIMA LLAMADA

En la ceremonia inaugural de la administración de José María Fraustro, Miguel Riquelme aprovechó el clamor de una porra destemplada, burda y futurista, como las acarreadas por los Moreira, para recordar que a su gobierno «todavía le quedan dos años». Entre los asistentes al Ateneo Fuente se encontraba el diputado Jericó Abramo Masso, quien acaba de dar otra vuelta de tuerca en su aspiración de ser gobernador.

Ya no por el PRI, necesariamente, debido a la hostilización y al bloqueo de los mismos intereses que en la sucesión de 2017 le cerraron el paso. El exalcalde parece no estar dispuesto a esperar los tiempos canónicos mientras el favorito de la cúpula ejerce de vicegobernador y tiene varios años en campaña a ciencia y paciencia de las autoridades electorales. En los últimos procesos ocurrió lo mismo y cuando los «disciplinados» quisieron reaccionar, era demasiado tarde.

Para Abramo y los de su generación, esta puede ser la última llamada. No por razones de edad, sino de tiempo y circunstancia. Un partido agotado (PRI), otro que en tres años pasó de ocupar siete gubernaturas a 18 (Morena), uno más en crisis perpetua (PAN) y el avance de fuerzas emergentes (Movimiento Ciudadano) marcan el fin de los partidos tradicionales e incluso de la forma de hacer política. El mensaje disruptivo de Jericó responde a esa realidad. Algo para lo cual «el mejor PRI de México» no está preparado y pone en riesgo su permanencia en el Palacio de Gobierno, cuya sede ocupa desde 1929.

Tras el primer aviso de Jericó sobre su determinación de ser gobernador [«Abran paso que ahí va (Abramo) Masso (Espacio 4, 683)], vino un segundo: «Gané mi campaña electoral con más de 91 mil votos. Creo que del PRI fui el más votado en el país (…), no fuimos en alianza en mi estado (…). Me comprometí con la gente (a) que, independientemente del partido del que soy parte, yo tomaría decisiones equilibradas, aun le puedan gustar a mi partido o no» (Canal del Congreso).

El tono subió en un tercer mensaje, grabado por Jericó mientras conduce: «Quiero ser gobernador, le guste o no le guste a la cúpula y… voy a seguir trabajando (en ello). A mí los que me interesan son los ciudadanos (…). No les voy a fallar, no les estoy fallando. Vamos a seguir trabajando por Saltillo y por Coahuila. Ánimo». Las referencias de Abramo a sus 23 años de carrera «transparente y honesta», a su ascenso político «por la escalera; no me han dado todo fácil. Siempre me ha tocado ganarme cada espacio con dignidad, con sudor, con responsabilidad y con honestidad», tienen destinatarios obvios: la cúpula y su delfín.

Si a principios de este mes la elección del presidente de la Canacintra, cuyos candidatos recurrieron a los mismos tejemanejes de los partidos y exhibieron sus vínculos con el poder, alteró por unos días la paz porfiriana de Saltillo, el movimiento del diputado Abramo Masso sacudirá las estructuras políticas de Coahuila y tendrá efectos duraderos. El gregarismo ha sido siempre el peor enemigo del PRI, máxime ahora. Las crisis en este partido han surgido de dentro, por su cerrazón y falta de democracia, las cuales han devenido en pérdida de liderazgos, de electores y por último en derrotas. Si Abramo termina de cruzar el punto de no retorno y renuncia o es expulsado del PRI, la sucesión del gobernador del año próximo, hoy como en la bolsa, pasaría a ser de pronóstico reservado.