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UN DOMINGO EN LA TARDE/HÉCTOR ESPARZA NIETO

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Soy Héctor Esparza Nieto: Amigos de Higinio, amigos míos. ¿Qué les escribo? Gracias por las manifestaciones de cariño. Mi padre me enseñó a jugar béisbol, y eso ha sido lo mejor. Y se lo dije en vida. Disfruté tanto jugarlo que anhelé ser profesional. Yo asistí a cada uno de los juegos en los que él participó, fue receptor; cuando el bateador machucaba la bola ésta se le impactaba en el pecho, el tremendo golpe lo sofocaba, porque no usaba protección, se doblaba hasta que el aire le regresaba al alma y en un instante se reincorporaba para seguir jugando. Así se levantó en cada momento de su vida. Vivió de todo, con intensidad. Así continuó levantándose de cada lesión de la vida, y lo hacía sin aspaviento. Cierto día, después de cuarenta años de ejercer la profesión de periodista, me confió que no se merecía ese grado, de inmediato le refuté: ¿Cómo me dice que no es periodista si cuando ocurre un incidente, sin importar la hora y el día, llega de inmediato para reportar el acontecimiento? Nunca dejó de reportear. Si iba de vacaciones regresaba con un reportaje. Si iba a los tacos regresaba con una entrevista. Si entraba a urgencias del Seguro Social o de la Cruz Roja, regresaba con una crónica. En el retiro seguía escribiendo y leyendo sin pausa, y publicando. Claro que lo vamos a extrañar.

No paró de escribir, este es un fragmento de uno de sus textos, basado en una anécdota:

/Higinio Esparza Ramírez

Un domingo a las cinco de la tarde y nada por hacer en la redacción. Notas y encabezados de la sección de Gómez Palacio y Lerdo se encontraban ya en los talleres de formación. La información local –oficial y policíaca- del mismo modo esperaba su transferencia a los talleres de linotipos, títulos y formatos incluidos. Los hilos transmisores de los mensajes nacionales y extranjeros igualmente se hallaban en calma aparente con un ronroneo interminable que provocaba sueño en una sala prácticamente desierta, con escritorios y máquinas de escribir inmóviles y un teléfono mudo.

– ¿Qué hacemos chaparro? ¿Vamos al salón de baile que está a la vuelta, bailamos una o dos piezas y nos regresamos antes de las siete? El supervisor de los domingos llega hasta las ocho de la noche…  -No, no… ¿Y si nos descubren? respondí timorato. -Hay un guardia en la puerta y no tardan en llegar linotipistas y formadores. Además, no sé bailar.  -No te apures, allí aprenderás. Por lo demás, nadie se dará cuenta de nuestra ausencia.

Pie de foto….

Higinio Esparza Ramírez. Periodista apasionado de las noticias, crónicas, entrevistas y reportajes.

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Y hacia allá fuimos. Entramos al salón con música orquestal en vivo y bailamos el cha cha chá “Los Marcianos llegaron ya”. Rodrigo se aventó con un danzón. Tuve que arrancarlo de los brazos de la dama danzante para regresar cuanto antes al trabajo.

Apresurados, volvimos a la redacción, todavía silenciosa y paralizada. Al poco tiempo cobraron vida los receptores y comenzó a llegar la información más importante del día. Arribó el jefe de redacción y con él los cronistas deportivos que llevaban los sucesos de la jornada dominical en esa disciplina.

Ceremoniosamente Rodrigo ocupó su escritorio como responsable de ordenar la información del extranjero enviada por la UPI y un servidor se plantó ante la Remington Corona para darle presentación gramatical a los comunicados de la Asociación de Editores de los Estados (AEE). Ambos creíamos que nadie nos había visto ni notado nuestro alejamiento temporal de la catedral que fue para nosotros El Siglo de Torreón, donde los redactores escribían a máquina de forma vertiginosa. 

Al día siguiente a las cuatro de la tarde, nos llamó a su oficina don Antonio de Juambelz, aparentemente molesto. -Muchachos ¿qué les pasa? Me dejaron sola la redacción para irse a bailar. Yo también fui joven pero nunca abandoné el trabajo en forma tan irresponsable.

Su voz sonaba un tanto resignada y curiosamente tolerante a la vez. -La próxima vez sólo uno se me va a bailar y el otro se queda de guardia.

 No llegó el regaño temido ni tampoco las sanciones que marca la ley por abandono de labores profesionales.  Y esa fue nuestra lección. A partir de aquel momento, fuimos los más veloces en la transcripción a máquina de los cables extranjeros y mensajes nacionales, corresponsalías por delante. 

De salida luego de concluir la jornada del domingo, el guardia que recibía los anuncios, condolencias y esquelas, sobre todo, preguntó burlón: ¿Cómo les fue con el jefe? A la siguiente me llevan.

(Las malas lenguas afirman que una noche de alegría carnavalesca “El Panzón” López –supervisor del trabajo en los talleres- y el profe Sánchez Matamoros, se llevaron a la fuerza don Antonio a bailar a la zona de las intolerancias (allí no puedes orinarte en la calle ni dejar de pagar a la pareja que danza contigo y mucho menos lanzar miradas lascivias a la dama ocupada con otro hombre porque te dan de tiros). 

Tal vez por esa razón el jefe no fue tan duro con nosotros. Tampoco me consta que le hubiera gustado el mitote.

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