Nacido en El Fuerte, Sinaloa, el 27 de julio de 1880, Rodolfo Fierro fue uno de los lugartenientes de mayor confianza de Pancho Villa; su gatillero y brazo ejecutor en el sentido literal del término. Sabía apretar el gatillo por obligación pero lo disfrutaba más cuando disparaba por devoción, por gusto, por placer.
Al estallar la revolución constitucionalista contra Victoriano Huerta, Fierro militaba en las filas de Tomás Urbina, otro de los generales villistas de dudosa honestidad y arrebatos caciquiles. Había sido garrotero y ferrocarrilero, pero sus conocimientos técnicos eran insuficientes para hacerse cargo de la logística de la División del Norte y de su movilización en locomotoras.
Villa puso a prueba el coraje de Fierro a finales de 1913 en Tierra Blanca. Un convoy con tropas federales intentaba huir a toda velocidad y para evitarlo, Fierro montó su caballo y a todo galope se le emparejó al ferrocarril logrando evitar que las balas enemigas le pegaran; sin detenerse saltó desde su montura, trepó a lo alto de los vagones y avanzó hacia adelante saltando uno tras otro hasta llegar al lado del maquinista a quien le vació la pistola. Acto seguido jaló la palanca de aire y detuvo el tren. Inmediatamente después, el resto de las tropas villistas cayeron encima del ejército huertista.
A partir de ese momento, Fierro accedió al primer círculo de los generales villistas, pero no tuvo mando de tropas durante la revolución constitucionalista. Villa lo tenía a su lado para misiones especiales, las que sólo un desquiciado pudiera cumplir a cabalidad, o bien, para no tener que ensuciarse las manos con la ejecución de sus enemigos.
Era curioso ver la extraña composición social del alto mando de la División del Norte; una combinación de hombres de clase media, preparados, con cierta formación intelectual y con principios políticos firmes y convicciones hechas, como eran los generales Felipe Ángeles, Eugenio Aguirre Benavides o Raúl Madero, compartiendo el mismo espacio, la mesa de Villa, con hombres atrabiliarios, incultos y despiadados como Tomás Urbina y Rodolfo Fierro.
No hubo batalla en la última etapa de la revolución contra Huerta en la que el sanguinario lugarteniente de Villa no estuviera presente. Participó en las tomas de Torreón, San Pedro de las Colonias, Paredón y Zacatecas. Siempre obediente, siempre sumiso, siempre temerario, Fierro actuaba con lealtad absoluta y aun a costa de su vida.
Nada lo arredraba, ni siquiera una herida; la sangre parecía detonar con mayor furia su adrenalina. El furor lo poseía y siempre intentaba volver a la batalla. Felipe Ángeles lo describió durante la toma de Zacatecas: “Los heridos heroicos como Rodolfo Fierro andaban chorreando en sangre, y olvidados de su persona, querían seguir colaborando eficazmente en el combate”.
¡TIERRA Y LIBERTAD!